Al hombre le adorna alejarse de pleitos, pero los insensatos se enredan en ellos.
El hombre justo no se aparta de su integridad; ¡dichosos sus hijos, que siguen sus pasos!
No hay nadie que pueda afirmar que su corazón está limpio de pecado.
Por sus hechos, hasta un niño deja ver si su conducta es limpia y recta.
Abundan el oro y las piedras preciosas, pero los labios prudentes son una joya.
¡Qué sabroso sabe el pan de mentira, pero al final acabas con mal sabor de boca!
El que es chismoso revela el secreto; no te juntes con gente boquifloja.
Nunca digas: «¡Me voy a vengar!» Mejor deja que el Señor lo haga por ti.
El espíritu del hombre es la lámpara del Señor que escudriña los sentimientos más profundos.
Los azotes hieren pero curan la maldad; el castigo purifica lo más recóndito del ser.
(Proverbios 20:3, 7, 9, 11, 15, 17, 19, 22, 27, 30 RVC)