¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que un día alguien aflija su cuerpo, que incline la cabeza como un junco, y que se acueste sobre el cilicio y la ceniza? ¿A eso le llaman ayuno, y día agradable al Señor? »Más bien, el ayuno que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se rompa todo yugo! Ayunar es que compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu hermano!
»Entonces clamarás, y el Señor te responderá; lo invocarás, y él te dirá: “Aquí estoy. Si quitas de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el lenguaje hueco; y si compartes tu pan con el hambriento y satisfaces el hambre de los afligidos, entonces tu luz brillará entre las tinieblas, y la oscuridad que te rodea será como el mediodía.”
»Si en el día de reposo, que es mi día santo, te refrenas de hacer tu voluntad y lo llamas día santo y glorioso del Señor; y si lo honras no siguiendo tu propio camino ni buscando tu voluntad, ni hablando por hablar, entonces hallarás tu deleite en mí. Yo, el Señor, te llevaré a las alturas de la tierra, y allí te daré a comer de la herencia de tu padre Jacob.» La boca del Señor lo ha dicho. (Isaías 58:5-7, 9-10, 13-14 RVC)