Pero sucedió que de pronto en el camino, ya cerca de Damasco, lo rodeó un poderoso haz de luz que venía del cielo y que lo hizo rodar por tierra, mientras oía una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Y él contestó: «¿Quién eres, Señor?» Y la voz le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. [Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón. Él, temblando de temor, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Y el Señor le dijo:] Levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que debes hacer.»
Y el Señor le dijo: «Ve allá, porque él es para mí un instrumento escogido. Él va a llevar mi nombre a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le voy a mostrar todo lo que tiene que sufrir por causa de mi nombre.» Ananías fue y, una vez dentro de la casa, le impuso las manos y le dijo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.» Al momento, de los ojos de Saulo cayó algo que parecían escamas, y éste recibió la vista. Luego que se levantó, fue bautizado;
Enseguida Pablo comenzó a predicar en las sinagogas, donde afirmaba que Jesús era el Hijo de Dios.
Mientras tanto, las iglesias en toda Judea, Galilea y Samaria vivían en paz y eran edificadas en el temor del Señor, y su número iba en aumento por la fuerza del Espíritu Santo.
Cuando Pedro lo vio, le dijo: «Eneas, Jesucristo te ha sanado. Levántate y arréglate.» Y Eneas se levantó enseguida.
Pedro se levantó y se fue con ellos. Cuando llegó, lo llevaron a la sala. Allí, todas las viudas lo rodearon y, mientras lloraban, le mostraron las túnicas y los vestidos que Dorcas había hecho cuando vivía.
Esto llegó a saberse en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor. (Hechos 9:3-6, 15-18, 20, 31, 34, 39, 42 RVC)