»¡Cómo caíste del cielo, lucero de la mañana! ¡Cómo caíste por tierra, tú que derrotabas a las naciones! Tú, que en tu corazón decías: “Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios, y allí pondré mi trono. En el monte del concilio me sentaré, en lo más remoto del norte; subiré hasta las altas nubes, y seré semejante al Altísimo.” Pero ¡ay!, has caído a lo más profundo del sepulcro, a lo más remoto del abismo. Los que te vean, se agacharán para contemplarte, y dirán: “¿No es éste el que hacía temblar la tierra y trastornaba los reinos; el que hizo del mundo un desierto, el que asolaba las ciudades y jamás liberaba a sus presos?” Todos los reyes de las naciones murieron con honra, y ahora yacen en su última morada; pero a ti te arrojan del sepulcro como a una rama despreciable; como a la ropa de un muerto atravesado por la espada; has bajado al fondo del sepulcro como un cadáver pisoteado. (Isaías 14:12-19 RVC)

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