Bendito seas, Señor, pues escuchas la voz de mis ruegos. Tú, Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu ayuda. Por eso mi corazón se alegra y te alaba con sus cánticos. Tú, Señor, infundes fuerzas a tu pueblo; tu ungido halla en ti un refugio salvador. ¡Salva a tu pueblo, bendice a tu herencia! ¡Guíalos y cuida de ellos ahora y siempre! (Salmos 28:6-9 RVC)

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